Las sociedades que funcionan de manera sana y eficiente se basan en un proyecto común y en un consenso más o menos implícito sobre una serie de temas. El problema de España, según el escritor Javier Pérez, es que ese consenso es muy cortito o inexistente.
Lo sabemos todos: cada cierto número de años, o quizás de bostezos, surge en España la idea de reformar la Constitución. Los más jóvenes piensan que es una novedad y se lo toman con entusiasmo, mientras el resto asiente con rostro irónico. Y ya.
El caso es que, de una manera u otra, en unas circunstancias u otras, libremente o bajo presión fantasmagórica, la Constitución actual obtuvo una mayoría aplastante entre la gente a la que se le preguntó, y por ello es firme mientras no se alcance un consenso para cambiar su texto.
Y ahí es donde viene el problema y donde se monta siempre el jaleo, porque el buenrollismo actual cree, de algún modo, que negociar y dialogar son verbos intransitivos, que basta con negociar y dialogar para que todo se arregle, sin necesidad de determinar QUÉ hay que dialogar y QUÉ hay que negociar. Por eso, a la hora de la verdad, las partes en conflicto se sientan, se miran, se encabronan y se levantan, por ese orden casi siempre aunque hay variantes, pero sin llegar a decidir siquiera el contenido de la agenda. Porque la agenda es imposible si se quiere alcanzar un consenso capaz de ganar un referéndum.
Por mi parte, a día de hoy, veo yo tres frentes abiertos, aunque seguramente sean más. Y como hay que votar, al final, el texto en su conjunto, un simple vistazo a la teoría de juegos nos dice que es imposible obtener ninguna mayoría.
Veamos:
Ahora, alguien que sepa un poco de combinatoria que pruebe a calcular los votos que tendría cualquier combinación propuesta... y luego veréis por qué a nadie se le ocurre en serio lo de reformar la Constitución.
Más que nada, porque ni hay mayoría ni se espera que la haya.
Para nada en absoluto. Así que así quedará todo. Como está. Atado y bien atado.
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