“Vivimos en la España vacilada y quemada”, claman los vecinos del incendio de la sierra de la Culebra

Una vecina de Otero de las Bodas otea los daños del incendio. // Miriam Chacón / ICAL

Juanma de Saá / Agencia ICAL

A las nueve de la mañana, hace fresco en el centro de Otero de Bodas (Zamora). El segundo día del verano se augura muy agradable, con el sol queriendo asomar entre grandes cúmulos y con la perspectiva habitual de que el pueblo se llene de gente durante las próximas semanas. Lo que ocurre es que no se va ese intenso olor a quemado, que entra directo hasta el cerebro. Y tampoco se va la imagen de la devastación.

Según se entra al pueblo, desde Zamora, por la carretera N-631, basta con observar las casas de la margen izquierda de la vía, con el terreno calcinado, a un metro de las paredes blancas. Resulta espeluznante llegar hasta la gasolinera y comprobar lo cerca que estuvieron las llamas de provocar una tragedia todavía mayor.

El rastro del buldócer que eliminó todo el material para cortar el paso a las llamas, a unos 20 metros de los depósitos de combustible, hace tragar saliva. Era un buen momento para invitar a comer al que hizo esa tarea o a cualquier otra persona que se jugó la vida para salvar lo que pudo del monte.

Este fue uno de los 19 pueblos –además de Calzada de Tera, que quedó confinada– que tuvieron que ser evacuados por el avance del incendio forestal.

La gente empieza a acercarse a la Plaza Mayor de Otero de Bodas, con curiosidad. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, está a punto de llegar para visitar parte de la zona afectada por el incendio, que ha quemado un total de 30.800 hectáreas. Es el mayor registrado en la historia de Castilla y León y el segundo de mayores dimensiones de este siglo en el ámbito nacional.

La provincia de Zamora acumula numerosos indicadores sociales y económicos poco halagüeños y, para aderezarlos, cuenta con el dudoso honor de haber padecido tres de los cinco peores incendios forestales, desde que hay registros, en Castilla y León.

Se oyen salvas de aplausos y voces airadas. Un grupo de vecinos ovaciona a cuatro miembros de brigadas forestales, ataviados con esa indumentaria que, sin fuego cerca es muy incómoda pero que, con las llamas enfrente, puede hacer elevar la temperatura hasta tener la sensación de cocerse con el propio sudor. Son héroes, con todas las letras. “¡Que se oiga bien alto y que lo vea todo el mundo! ¡La UME y vosotros sois los que habéis salvado los pueblos!”, vocifera una señora.

Los aplausos, ante la mirada seria y agradecida de los ovacionados, recuerdan las salvas de las ocho de la tarde a los trabajadores sanitarios, allá por marzo de 2020, al inicio de la pandemia de coronavirus. “Ellos no quieren aplausos, sino medios. Lo mismo que los sanitarios”, murmura un vecino.

Paisaje ennegrecido

El paisaje que rodea a Otero de Bodas se ha ennegrecido y tardará mucho tiempo en recuperar ese verde brillante que cobra matices dorados y grises, según incidan los rayos del sol. Los colores vivos han muerto, por el momento, como si un gigante malvado hubiera pasado por la zona con un carboncillo enorme, dando trazos sin ton ni son.

La fauna silvestre que pudo se ha marchado y la que no, se puede imaginar cómo habrá quedado. “Yo, ayer por la tarde, estuve poniendo agua a los animales por el campo. Agua, porque no tienen para beber, están asustados. A los corzos, a los pájaros... Es que nadie dice nada. Este es el problema, coño, que tenían que decirles de verdad las cosas aquí. Lo que pasa es que nada, chico. No puede ser”, explica, con los ojos acuosos, Tino García. “Por aquí solía haber muchas bandadas de pájaros, un montón de vencejos o de golondrinas y hoy he visto dos. Solamente dos, que también se irán”, comenta al redactor de Ical.

El matrimonio formado por Tino García y Elena Blanco acaba de protagonizar ante numerosos medios de comunicación una intervención natural, totalmente improvisada y fruto de la angustia y la desazón. “Aquí, lo poco que teníamos nos lo han quitado. No queda nada. Cuatro cosas solo teníamos, ¿sabes? Los castaños, la gente, cuatro ganaderos por ahí y ahora ¿dónde come el ganado, que no tienen hierba ni tienen nada? Si es que esto es...”, dice Elena en voz alta.

“Nosotros vinimos de Gijón para aquí, para el pueblo, y hemos venido a un pozo sin agua. Da pena. Me vengo yo de la ciudad para aquí y resulta que no miran para nosotros. Me vengo de Gijón y me vengo a mi casa y resulta que aquí no hay nada”, denuncia Tino. “Si tengo que ir al médico, tengo que ir a Zamora. ¡Por el amor de Dios, hombre! Eso no puede ser”, se queja.

Una mujer se acerca para recalcar que “médico, un día a la semana” y puntualiza: “Eran dos pero lo van recortando todo. Yo vine a cuidar a mis padres, que son mayores”. El incendio es una guinda y, al tirar de ella, sale un racimo.

“¡Yo tengo que llamar al médico y no puedo llamarlo porque no va! Esto del Covid fue tremendo. Ahora, cinco días sin teléfono, ¡que yo necesito, por mi marido, llamar al médico y no puedo llamarlo!”, apunta María Jesús Vega.

Tino intenta templar los ánimos y le apoya una mano en un hombro pero María Jesús tiene muy claro lo que quiere decir. “¡Sí! Yo tengo dos cojones para hablar con quien sea, porque esto es la guinda del último pastel ya. Nos tienen abandonados aquí. En todo, es que en todo. No hay ningún tipo de industria, nuestros hijos no se pueden quedar aquí a trabajar”, critica. “¡Que me oigan! Ahora mismo, que tenemos un micro y una cámara en la boca, es la hora de hablar y explicar todo lo que está pasando aquí”.

“Prima, que no te van a hacer caso...”, advierte Tino. “Ya lo sé. Internet: no hay. Línea de teléfono: no hay. La televisión se ve cuando quiere. Aquí, solo nos hacen caso para los impuestos y las votaciones”, acusa, apoyada por otra mujer que recalca: “Para eso nos llaman. Para eso, sí cuentan con nosotros”.

“Y, si no es una desgracia como esta, aquí no había venido nadie ni se ocupa nadie de nosotros. El color y la bandera me da igual. Son todos iguales. Nos han ido eliminando poco a poco a todos. La gente mayor se muere, se va a las residencias y se muere. La juventud no se puede quedar porque no hay pie de vida. ¡No hay pie de vida! ¡Que se nos oiga!”, sentencia.

Televisiones nacionales, regionales y locales, medios escritos y radios no mueven un ápice los micrófonos ni las grabadoras. Los testimonios naturales y espontáneos, sin trasfondo político, penetran hasta el tuétano de las audiencias. “Es que hemos estado siempre dejados de la mano de Dios y esto es la guinda del último pastel. Hemos estado dejados de la mano de Dios, por Sanidad, por todos los medios. No hay de nada. El centro médico, muchas veces, tiene que cerrar porque no hay gente. Y, si tienen que ir a hacer una guardia, tienen que cerrarlo para ir a un pueblo a la otra esquina. Y tú llegas al centro médico y te puedes morir a la puerta o marchas para Zamora”, describe María Jesús.

“España vacilada y quemada”

“Esto es vergonzoso. Estamos en la España olvidada, vacilada, quemada, olvidada y de todo. Hemos tenido que estar en esta situación para que se nos vea y se nos oiga. A mí me entraron en una finca que tengo ahí porque no hay Guardia Civil. Tiene que cerrar para venir a hacer las rutas a los pueblos. Los descansos, tienen que cerrar. Llamas a Zamora, te atienden en Zamora. La carretera es un camino de vacas del tiempo de mis abuelos. Es que es por todo y en todo”, apunta.

Los sentimientos están a flor de piel, con el incendio a punto de recibir la declaración de nivel 0 pero con la sensación de que el terreno todavía está caliente. “Casi se me quema la casa en Val de Santa María. Me emociono mucho porque lo he pasado muy mal”, cuenta una mujer. Ahora ya no hay nada que hacer. Ya se destruyó todo el paisaje que teníamos. Las casas rurales, la pobre gente... Que se unan todos para cuidar esto, que se unan todos los partidos“ reclama.

“Yo tenía una casita con todos los enseres de mis padres, de trabajar las fincas. Y tenía un collarón de una yegua, muy grande, muy bonito. Lo tenía guardado en una bolsa y, cuando he venido, estaba explotada la nave y todos los enseres que tenía allí desaparecieron en un momento. Es una pena. Esto se les ha ido de las manos”, señala Tino. “¿Pa' qué vendría yo p'al pueblo? Yo no voy a votar a nadie aquí, en Castilla y León. Yo, en Asturias, vuelvo a votar. Aquí, no”, asegura.

“Yo, con mis 71 años, no voto a nadie más. Yo te lo juro que no voto a nadie”, añade otra mujer.

“Todo el pueblo estamos calientes, lo que hay mucha gente que no quiere hablar, ¿sabes? Tienen miedo a las cámaras y no quieren hablar pero a mí no me importa. Todo el pueblo opina lo mismo. Si ves, en Camarzana, que yo estuve evacuado allí, que era una pena la gente mayor, psicólogos, yo mismo ayudaba a la gente mayor porque decía: cuando lleguemos al pueblo estará todo quemado”.

“La carretera, internet... Es que es por todo. No hay por dónde coger ninguna cosa. Y, ahora, lo poquitín que había, ha volado. Estamos tercermundistas, no. Lo siguiente, siete veces. Aquí, lo único que estamos es para impuestos y votaciones. Nunca se nos ha tenido en cuenta, hemos sido los grandes olvidados de España y lo que quieren es que vayamos desapareciendo de los pueblos. No hay más”, concluye Marí Jesús.

El presidente del Gobierno llega a Otero de Bodas. Se oyen muchos aplausos y algunas voces de crítica. Dicen que el limón y la cebolla son buenos para eliminar el olor a quemado. Harán falta muchas cebollas y muchos limones.

Etiquetas
stats